lunes, 8 de agosto de 2011

Levantarse de una tarde entregada a la cama. Tres horas de siesta, legañas en los ojos y la boca seca. Pide a gritos un vaso con hielos. Huele a alcohol medicinal. Una ducha exprés amenizada por tu rapero casero favorito. El placer de vestirse con toda la tranquilidad del mundo. Bajar las empinadas calles de tu pueblo para llegar a la peña con la asensación de ir ciega perdida. Llegar. Servirse una copa directamente de la nevera portátil. Beber. Beber. Burcarle. Beber. Recargar. Tener un romance de lo más apasionado con el cachi del vecino de enfrente. Imaginárselo todo. O que se lo cuenten. Le da lo mismo. Beber. Pelearse con su vecino -exactamente el mismo de hace una hora- porque se ha colado en el puesto de los bocadillos y les va a dejar a Marina y a ella la salsa brava en lugar de ketchup. Salsa brava y ketchup por encima. Patatas-bomba. Risas.

Bermillo de Sayago. Y vosotros.

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