miércoles, 29 de diciembre de 2010

Añoro las cenas. Añoro tener tiempo para mí misma y para los demás. Añoro todo lo que no sea estar permanentemente estresada pensando que no puedo más, que no doy más de sí, que de un momento a otro voy a estallar de la presión. Añoro no estar rodeada de una pila de apuntes, o sí estarlo, pero como en 2º. Con la misma tranquilidad con la que me lo tomaba entonces.

Añoro vuestra compañía. Aunque sólo hayan pasado cinco días desde esa maravillosa cena de Navidad: mi primera cena navideña fuera del calor del hogar. Pulseritas del mundial de colores, espumillón, bolas rojas y estrellas doradas. Conversaciones en el baño. Zapatitos nuevos. ¡Ah! Y mucha, mucha fiesta en Muga de Sayago. 






 













jueves, 23 de diciembre de 2010

"UN KOALA VIVE EN MI ARMARIO. Sé que suena extraño pero una noche, a las cinco de la mañana, un ruido me despertó. Cuando abrí los ojos no di crédito a lo que veía: un koala se dirigía haciendo eses hacia mi armario. Lo abrió, se acurrucó entre la ropa plegada y cerró la puerta.

En un principio pensé que soñaba pero, tras levantarme a comprobarlo, me di cuenta de que tenía al animal viviendo en el armario desde vete a saber cuándo. Como dormía plácidamente, me dio pena despertarlo. Así que cerré la puerta y me acosté pensando en qué diría al día siguiente. Pero cuando amaneció no se me ocurrió qué decirle (¿qué se le dice a un koala que vive en tu armario?) y así fueron pasando los días. Poco a poco le fui haciendo espacio para que estuviera más cómodo. Nunca le dije nada. Incluso alguna noche, cuando tardaba en llegar, me preocupaba y no apagaba la luz hasta que lo veía aparecer mientras me hacía el dormido. Si llegaba muy borracho hasta le ayudaba a subir con la seguridad de que al día siguiente no se acordaría.

Él sabe que yo sé que existe, pero hemos llegado al trato no oral (ni escrito) de ignorarnos.

Escribo esto en un papel mientras como en la mesa. Él está sentado enfrente de mí, masticando hojas, justo delante de la tele. Yo hago como que no le veo".

                                                                                  GINÉS S. CUTILLAS 

martes, 7 de diciembre de 2010

Me gusta la perspectiva de tener una noche libre a mi entera disposición. Y digo esto porque últimamente no es frecuente sacar en mi vida un momento de reflexión ante los folios en blanco y mucho menos que, entre esa escasez de tiempo, encuentre la inspiración que tanto necesito. Hoy, tras una mañana entera entregada al sueño, un paseo bajo la lluvia con Bambi y un susto de medio minuto de duración, sería capaz de reír y llorar al mismo tiempo: ahora los sentimientos me son indiferentes. Por mucho que intente remediarlo, no puedo más que quitarle hierro a los hechos acaecidos durante estos últimos días.

A veces el destino te pone entre la espada y la pared y te sientes incapaz de elegir tu propio camino. Y la bebida no hace más que agravar la situación. La desesperanza emana a chorros y las lágrimas no se secan con vanas palabras de consuelo que no buscan sino una sonrisa fugaz, en vez de un estado anímico sosegado.

Este sábado no fue de esa clase de días. Las lágrimas no brotaban desde mi cajita particular de tristezas, sino que procedían de un lugar hasta ahora inexplorado. La claridad que normalmente no viene a por mí se hizo presente en los lavabos de azulejos verde oliva. Los destellos cristalinos bailaban entre la seguridad plena y una súplica de desaliento nocturno. Y, más que las miradas de comprensión procedentes de mi compañera de salvación, era mi confianza extrema lo que me animaba a luchar y no tirar la toalla ante las dudas de los demás. Yo creo. Me lo ha demostrado en los momentos más cálidos y bajos, en el frío enero y en el fulgor de la noche veraniega. Y eso no lo destruye ningún rumor, ni ninguna mala intención. Sólo él o yo.