jueves, 30 de septiembre de 2010

Os diré la verdad, y sólo la diré una vez: aún las tardes en las que empiezan a refrescar (sí, esas en las que estás deseando que la gente se mueva para subir a casa a por la chaqueta y esconder las manos por debajo de la camilla) se echan de menos. Parece que con la llegada del frío nos refugiamos en nuestros pisos con calefacción (aunque personalmente no pueda decir lo mismo) ajenos al ambiente que se respira a kilómetros de nuestros hogares y que nos unen por esta red, por estas fotos y por el verano.

Es la magia de los sábados. No.  Retiro lo dicho. Es la magia de Sayago, de Fresno, del pueblucho. 






lunes, 27 de septiembre de 2010

¿Alguna vez os habéis parado a pensar en la de cosas que pueden cambiar en un minuto? Cuanto más en un fin de semana. Han sido dos días de descanso, de risas seguidas de pequeños disgustos. Días de encuentro, de aprovehar los últimos rayos de sol sentados en un círculo de sillas. De broncas, de estragos, de alcohol y posteriores arrepentimientos. Todo ello sin olvidarse de los comentarios y posteriores puntillas del día siguiente (qué razón tenía quien dijo que los domingos están destinados a la reflexión). Porque, como dice Marytere: "¿Pero por qué hago yo tantas tonterías?"

Aquí os dejo algunas fotos del sábado. Las del domingo son capítulo a-parte. 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La gente suele hacer borrón y cuenta nueva el día 31 de diciembre. Ese día escriben listas de propósitos de Año Nuevo o piden doce deseos para el año venidero. Y sin embargo, yo considero que el fin de un año y el principio de otro se sitúan en septiembre, después del verano.

En septiembre "se despoja el hombre de lo viejo para vestirse de nuevo", como decía Cervantes, y se desclava del aire que ha habitado en agosto para volver a casa, para enraizarse y sembrarse otra vez, dejando atrás un sueño en que la memoria feliz colmaba los recuerdos en las últimas playas o parques. El que regresa, con los ojos homdos de otros paisajes, recorriendo cada habitación y descubriendo cómo las paredes y los zócalos recobran perfiles y color al subir las persianas, aún se encuentra allí aunque ya esté en su casa, porque a sus pupilas las dividen paisajes idénticos y opuestos por el vértice, y debe revisarse desde el antes, recubrir el motivo, la causa, el impulso, la razón, y el porqué, y el porqué del porqué, para verse de nuevo y entenderse. Los fragmentos de sí, distantes unos de otro, dispersos y recónditos, deben reintegrarse. Toca pensar en lo que se ha vivido con la continuidad al darse cuenta, elaborando lo que supone para cada uno aquello de lo que se percata, ubicándose, reordenándose y rescatándose en su propia historia de vida.

Ahora es septiembre, el mismo septiembre de cada año. Y tú regresas nuevamente hacia ti misma, después de un viaje de luces y de sombras. Tu silencio y tu voz por fin encajan, deciden golpear puertas cerradas y edificar sobre las destrucciones a favor de tu ausencia que se ha hecho presencia. Si te sientes despojada, te das cuenta de que sólo has perdido los accesorio. Que por eso Simbad se enriqueció en sus viajes tras perderlo todo, salvo a sí mismo. Del viaje rescatas lo esencial y eliminas lo superfluo: no puedes recordar cada minuto. Eres memoria, eres olvido. Eres lo que ganarás, pero también lo que has perdido.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Podría haberle dicho a esa niña que yo tengo dos licenciaturas obtenidas con notas excelentes, que hubo algún momento de mi vida en el que realmente manejé mucho dinero. ¿Y era feliz? No, en absoluto. Me faltaba lo esencial para serlo: autoestima. Y me faltaba autoestima porque, al igual que a esa niña, me había educado para creer que mi valor residía en mis logros y no en mí misma. Esa niña cree que será feliz si es rica. Yo creía que podría ser feliz si adelgazaba cinco kilos, si encontraba una pareja devota, si conseguía que todas las personas que yo considerara relevantes me apreciaran... Tardé mucho en darme cuenta de que yo nunca iba a ser feliz en tanto no buscara la felicidad dentro de mí misma y no fuera.

Me hubiera gustado transmitir a esa niña que el secreto de rozar con los dedos en esta vida la muy esquiva felicidad consiste en ser coherente con uno mismo, que el valor de uno no reside en los ojos de los demás sino en el propio interior, en alcanzar los deseos y las aspiraciones más profundas -que normalmente nada tiene que ver con el dinero- y en disfrutar al máximo las propias capacidades. Me hubiera gustado saber hacerlo, digo, pero no quería enfrentarme con su madre, que vive obsesionada con el éxito académico y con el brillo social, y que es la que ha transmitido a su hija esa filosofía de vida. No sé, quizá la madre se dé cuenta de que en la vida los errores son necesarios porque aprendemos de ellos más que de los logros. Que por eso no hay que aspirar a ser la mejor en todo. Yo al menos, intento estar orgullosa de mis errores, que son muchos. De hecho, de tanto tropezar es como he aprendido a caer con estilo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mañana empiezas una nueva etapa. Mañana vas a dar un paso más en busca de ese nuevo camino que es la Universidad. Selectividad te espera. Y yo sé que lo vas a sacar. Tú puedes con ello y con todo lo que te propongas, porque me has demostrado día a día que hay cosas muchísimo más complicadas que el estudio con las que puedes. 
¡Muchísimo ánimo!

miércoles, 8 de septiembre de 2010


Atardecer. Los atardeceres más hermosos están plagados de nubes, las historias más bonitas tienen episodios con lágrimas. . . Pero un cielo mostrando los últimos suspiros del día es algo más que una resignación, nos muesra que cada atardecer va siempre precedido de un amanecer. Un día nuevo. Otra historia que contar.
Borrón y cuenta nueva. 
O mejor, punto y aparte. 


lunes, 6 de septiembre de 2010

Me gustan las tardes de calor en las que ponemos remedio al aburrimiento (en el caso de que se dignara a aparecer) con una guerra de agua. Y si le añadimos un poquito de harina y una merienda a base de Nocilla sin pan mejor que mejor.
Hoy no luce el sol, ni ruedan las peonzas incapaces de hacerlas bailar. El bote de Nocilla sigue en su sitio: vacía y esperando a ser repuesta por un bote nuevo (chocolate blanco y negro, por favor). Se echan de menos esas tardes de calor.